En
nuestros días, la biotecnología médica ha avanzado de forma vertiginosa y ha
logrado intervenir hasta con la posibilidad de manipular la vida de un feto, ya
sea para mejorar sus condiciones de vida futura o ya sea para eliminarlo.
Precisamente el poder de decidir si un feto viva, genera problemas en donde la
bioética debe intervenir.
Así, se
puede ver distintas situaciones cuestionables como el caso del autor Peter
Singer, que afirma que si un feto viene con malformaciones cerebrales se le
puede eliminar, por el hecho que tal feto no constituye una persona. Si éste no
puede sentir placer o dolor, es mejor quitarle la vida. Otro caso cuestionable
se puede observar en los Estados Unidos, en donde se puede someter a prueba a
los fetos para detectar malformaciones congénitas. El riesgo se encuentra en
los falsos positivos, ya que existen la posibilidad de errar en el diagnóstico.
Como
vemos, el problema de esas prácticas eugénicas ya con llevan problemas éticos
serios, pues sin tener en cuenta la dimensión trascendente, la intención de
eliminar vidas, vía selección, ya es moralmente indebido porque rompe el
principio de no-maledicencia[1].
Ahora, la
pregunta a realizar es la siguiente: ¿cómo se puede asegurar con tanta
vehemencia que una vida humana es persona o no lo es, por el simple hecho de
tener defectos congénitos? ¿No será que falta crear, en nuestra sociedad más campañas
públicas en pro de la vida misma? ¿Quién nos hace jueces para decidir sobre la
vida de otros?
A pesar
de estas preguntas, es necesario considerar también los casos particulares en donde
una pareja, por ejemplo, decide libremente un aborto con el fin de que la
futura vida de su hijo no se convierta en un suplicio ni para ellos ni para el
mismo hijo. Por el hecho que tales prácticas no sean moralmente ilícitas, no se
puede condenar a dicha pareja, ya que nadie, que no haya tenido la misma
experiencia, siente el dolor que ellos padecen.
De este
modo, creemos que tales prácticas son moralmente ilícitas, pues no somos jueces
que decidimos quien debe nacer y quien debe morir. Sin embargo, hay que
considerar cada caso y no hay que condenar a las personas involucradas
directamente en la cuestión, sino a las políticas que llevan a una cultura de
la muerte con el fin de lograr una mejor vida. Por Fredy H. Castaneda Vargas (aluno).
[1] Sin embargo, hay que aclarar que si tales prácticas
sirven para mejorar la vida futura del feto no hay ningún problema.
Estou de acordo sobre considerar cada caso em particular. Esse modo de olhar, massificador, generalizante, globalizante dos quais os postulados morais estão muitas vezes revestidos, revela um jeito de pensar ainda pouco personalista, que não considera o sujeito em sua especificidade. É um modo de a ética ainda estar ligada à metafísica, em que a diferenciação não passa de afecção e é desimportante, portanto. Por outro lado, considerar as nuances inúmeras dos casos pode fazer-nos redundar no que há de pior na casuística. Conjugar a pessoa (com sua situação própria) com os valores morais que perpassam nossa cultura colocando tudo isso em discussão à procura de juízos cada vez mais consensuais parece ser a saída.
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